martes, 15 de diciembre de 2009

Carlos Martinez un Guitarrista para escuchar



Carlos Martínez


Carlos Martínez es un joven guitarrista, nacido en Capital Federal, República Argentina.
Comenzó sus estudios de guitarra a los catorce años, dedicándose por completo a la música clásica y folclórica. Se crió en un hogar donde se escuchaba permanentemente buena música. Dotado de un gran oído musical comenzó sus estudios de guitarra con el maestro Luis Gómez. Siendo la dedicación y la tenacidad las condiciones que le permitieron desarrollar una excelente relación entre la técnica y su arraigo a la música folklorica. Se especializó en la obra instrumental de diversos compositores argentinos y extranjeros: Atahualpa Yupanqui, Eduardo Falú, Víctor Velázquez, Abel Fleury, Carlos Di Fulvio, Francisco Tárrega, Juan Sebastián Bach, Isaac Albéniz, Agustín Barrios, entre otros destacadísimos músicos.

Animado por el entusiasmo de sus diecisiete años se presenta a diversos certámenes: Moreno canta tu gente 1987 (Primer premio), Ramallo 1987 (Primer premio y Mención especial), Barrancas de San Nicolás 1988 (Primer premio), Hugo del Carril 1988 (Primer premio), Luján 1990 (Primer premio), Pre Cosquin 1990 (Mención especial), Pre Cosquín 1991 (Mención especial Revelación), Pre Baradero 1994 (Primer premio), Pre Baradero 1995 (Primer premio en Dúo).

Realizó las siguientes presentaciones: Casa de la Pcia. de Buenos Aires 1987; Teatro San Martín 1992; Instituto Lucchelli Bonadeo 1992; Teatro Presidente Alvear 1995; APTRA 1995; Teatro San Martín, "De Segovia a Yupanqui" 1992; Teatro San Martín, "Grandes Guitarristas" 1992; Festival de Folklore en Metán (Salta) 1992; Círculo Guitarristico Argentino 1993; Cerro Colorado 1993 al 97; Festival de Folklore en San Juan 1994; Biblioteca del Congreso de la Nación 1994; Teatro Real de Córdoba 1995; Teatro Presidente Alvear 1996; Fleury en APTRA 1996; Laferrere 1997; Feria de Mataderos 1997; Teatro Podestá "Estampas y memorias" 1997; Palacio de Correos 1997; Teatro Avenida 1997; Fundación Banco de Boston 1997; Manzana de las Luces 1997. Compartío escenarios con los siguientes artistas: Suma Paz, Carlos Di Fulvio, Suna Rocha, Jairo, Boses/Grobo/Llanos Trío y diversos guitarristas. Realizó una destacada labor en la Peña Don Ata (Cosquín) durante Enero de 1998 formando parte del elenco estable de la misma y desarrollando actividades culturales y educativas.

En 1997 grabó su primer disco compacto llamado "Estilo pampeano", dedicado completamente a la obra del compositor bonaerense Abel Fleury. El mismo denota un profundo conocimiento sobre las piezas y una técnica desarollada con largas horas de estudio. A raíz de este material ha realizado actuaciones en medios de comunicación de Capital Federal y de otras localidades del país, tal el caso de Dolores (Pcia. de Buenos Aires) donde fue invitado a homenajear a Fleury, junto al Juanjo Domínguez Trío.

En 1998 fue invitado por Juan Falú al festival "Guitarras del Mundo" . En 1999 fue invitado nuevamente a "Guitarras del Mundo" para actuar en la provincia de Río Negro junto a otros destacados guitarristas. Esta invitación se repitio el 27 de setiembre del 2000 donde abrió el festival y compartió escenario con Roland Dyens en el Teatro San Martín de Buenos Aires y el día 28 de setiembre donde compartió escenario con Luis Zumbado en el Teatro Colón de Mar del Plata. Luego de diversas presentaciones en Buenos Aires, editó su segundo material discográfico "Agua Escondida" que dedico exclusivamente a la obra instrumental de Atahualpa Yupanqui y Pablo del Cerro. En cuanto a sus conocimientos sobre la obra del maestro vale citar que... "Ocurrió hace poco en los conciertos que programaba la Asociación Amigos de la Fundación Atahualpa Yupanqui en APTRA. Actuaban Suma Paz y Suna Rocha. Y entre ellos surgió la guitarra de Carlos Martinez, un muchacho veinteañero, consagrado de lleno a la obra del gran maestro. Basta recordar sus interpretaciones de "Danza de la paloma enamorada", "Milonga del paisano errante", "La estancia vieja" y "La nadita" para poder augurarle al intérprete un brillante porvenir. No un porvenir de marquesinas sino de excelencia musical alentada por la autenticidad folklórica". (René Vargas Vera, La Nación, 25/8/95).

"Carlos Martinez es el unico intérprete que traduce e interpreta las obras del maestro Atahualpa Yupanqui con verdadera autenticidad musical. Sus ejecuciones reflejan totalmente la raíz y el espiritu Yupanquiano". (Sebastian Dominguez, creador y conductor del programa "De Segovia a Yupanqui, Marzo de 1998).
fuente http://guitarrasweb.com



Aquí algunos vídeos del Maestro:




















Por ultimo una entrivista al Maestro Martínez cedido por el sitio
www.elguitarrista.net :










DISCOGRAFÍA:

1989 "Homenaje a Atahualpa Yupanqui"
Carlos Martinez, Guitarra
Cassette.


1995 "Alma y Guitarra"
Carlos Martinez, Guitarra - Javier Molina, Guitarra
Cassette.

1997 "Estilo Pampeano"
Carlos Martinez, Guitarra
CD

YAMANDÚ RODRIGUEZ
. Presentación

ABEL FLEURY
. Estilo pampeano
. Milogueo del ayer
. Trinos y alas
. De sobrepaso
. El tostao
. Pájaros en el monte
. Ausencia
. El desvelao






. Real de guitarreros
. Mudanzas
. Pago largo
. Vidalita
. Te vas Milonga
. Sobretarde
. El codiciado




1998 "Agua escondida "
Carlos Martinez, Guitarra
CD



ATAHUALPA YUPANQUI
. Danza de la Luna
. La churqueña
. Canción del abuelo Nº2
. Zambita del Alto Verde
. Huájra
. Danza de la paloma enamorada
. Paisano errante
. Oración a Pérez Cardozo
. Lloran las ramas del viento



PABLO DEL CERRO
. El mal dormido
. El tulumbano
. Agua escondida
. El pocas pulgas
. La nadita






2000 "Agua escondida " (segunda edición)
Carlos Martinez, Guitarra
CD



ATAHUALPA YUPANQUI
. Danza de la Luna
. La churqueña
. Canción del abuelo Nº2
. Zambita del Alto Verde
. Huájra
. Danza de la paloma enamorada
. Paisano errante
. Oración a Pérez Cardozo
. Lloran las ramas del viento

PABLO DEL CERRO
. El mal dormido
. El tulumbano
. Agua escondida
. El pocas pulgas
. La nadita

YUPANQUI OBRA COMPLETA PARA GUITARRA VERSIONES (3 CDS)

Album triple dedicado a las versiones que Atahualpa Yupanqui hacía.
Disco 1
1 La Nadita (Atahualpa Yupanqui / Pablo Del Cerro)
2 Viene clareando (Segunda Aredes / Yupanqui Atahualpa)
3 Pobre mi negra (Atahualpa Yupanqui)
4 Alegría en los pañuelos (S. Gennero)
5 La Humilde en Sol (Julián Díaz)
6 El indio y la quena (Atahualpa Yupanqui)
7 Se fue mi negra (Tradicional)
8 Zamba de mi pago (Hermanos Ábalos)
9 Milonga triste (Homero Manzi / Sebastián Piana)
10 Estudio Nº9 | La Gota De Agua (Fernando Sor)
11 La engañera (Julio Argentino Jerez)
12 Imposible (Juan Carlos Franco)
13 Chacarera santiagueña (Anónimo)
14 La arribeña (Atahualpa Yupanqui)
15 El triunfo (Andrés Chazarreta)
16 Don Fermín (Julián Díaz)
17 La finadita (Hermanos Díaz)
18 La zamba soñadora (Pablo Del Cerro)
19 La coyita (Pablo Del Cerro)

Disco 2
1 Vidala religiosa (Gilardo Gilardi)
2 Estilo de Quijano (Tradicional)
3 La tristecita (Ariel Ramírez)
4 El enredao (Hermanos Díaz)
5 La gaucha (Diego Quiroga / José Luis Padula)
6 Que linda sois (Recopilación de Manuel Gómez Carrillo)
7 Pampa Chacra (S. Gennero)
8 La amorosa (Hermanos Díaz)
9 El llanto (András Chazarreta)
10 La flor del cerro (Pablo Del Cerro)
11 Chilca Juliana (M. A. Miranda)
12 Canción de cuna argentina (Tradicional)
13 Don Emiliano (Pablo Del Cerro)
14 Sarabanda de la Suite Nº 3 Bwv 995 para laúd (Johann Sebastian Bach)
15 El mal dormido (Pablo Del Cerro)
16 La 7 de Abril (Andrés Chazarreta)
17 El bien perdido (Atahualpa Yupanqui / Pablo Del Cerro)
18 Agua Escondida (Pablo Del Cerro)
19 Nen Kororo (Kosaku Yamada)

Disco 3
1 Jesús alegría del hombre (Atahualpa Yupanqui / Johann Sebastian Bach)
2 Zamba del pañuelo (Gustavo Cuchi Leguizamón / Manuel J. Castilla)
3 La Cacharpaya
4 Sacha Puma (Guillermo González)
5 Triste (Julián Aguirre)
6 Zamba de Vargas (Popular Tradicional)
7 La Almamula (S. Gennero)
8 Canción del carretero (Alberto López Buchardo / Gustavo Caraballo)
9 De los angelitos (Adolfo Ábalos / Julián Díaz)
10 Zamba del ayer feliz (Pablo Del Cerro)
11 Estrellita (Manuel Ponce)
12 La mechuda (Tradicional)
13 La Humilde en Re (Julián Díaz)
14 Gato de Salavina (Benicio Díaz)
15 Vidala Calchaque (Arturo Schianca)
16 Zamba del viento (Anónimo)
17 El tulumbano (Pablo Del Cerro)
18 Vidala, vidala (Carlos López Buchardo)
19 La Paulita (Pablo Del Cerro)
20 Andando (Hermanos Díaz)
21 La del campo (Atahualpa Yupanqui / Pablo Del Cerro)
22 Melodía del adiós (Pablo Del Cerro)

Musimundo.com - YUPANQUI OBRA COMPLETA PARA GUITARRA VERSIONES (3 CDS)

sábado, 12 de diciembre de 2009

13 de Diciembre de 1828 es asesinado el Coronel Dorrego


Coronel Manuel Dorrego

13 de Diciembre de 1828 a la edad de 41 años es fusilado en Navarro Provincia de Buenos Aires el Coronel Manuel Dorrego ,que había nacido en Buenos Aires el 11 de junio de 1787 un Patriota al cual han borrado de la historia oficial y si acaso se lo recuerda es solo por haber sido fusilado. Pero Dorrego fue un Federal que se había ganado el respeto y el apoyo de las clases bajas.
Su prédica ejerció una presión que culmino con la renuncia de Bernardino Rivadavia, Hombre de acción y de ideas se transformo en un peligro para los intereses de los vende patria de siempre.


Este es mi pequeño Homenaje a este Mártir Federal que fue Don Manuel Dorrego.
Vídeo basado en extractos compaginados por mi de un gran trabajo del Canal encuentro de Argentina Canal Estatal ( serie Caudillos) .

Un trabajo de Martín Graciano Duhalde Sobre la ejecución de Dorrego
LA MUERTE DE DORREGO
Su ejecución
Por Martín Graciano Duhalde
Carta del Mayor Elías a su hermano Ángel, fechada en Tucumán el 12 de junio de 1869, donde
relata las alternativas previas al penoso e histórico episodio:
“Señor Ángel Elías. Mi hermano: Aunque tu nada me has escrito, he sido intuido que un perió-
dico de Entre Ríos, que no se cual ni como se llama, por odio a tu persona, se habla de mí, re-
trocediendo a la época remota del año 1828. refriéndose a episodios suministrados por el co-
ronel Olazábal, con motivo de la muerte del coronel Dorrego. Ante todo te diré que el coronel
Olazábal, no ha podido suministrar ningún dato, en el sentido que lo ha hecho, y que cualquier
cosa que se diga con referencia a él, es una calumnia, o una invención vergonzosa. Empezaré
por declararte en nombre del honor y poniendo a Dios por testigo, que cuanto yo diga de esa
época del año 28, en la que tu aún no figurabas al lado del general Lavalle, y del que yo era
edecán, secretario y amigo, todo está lleno de verdad porque no tengo ningún interés en des-
figurarla, después de cuarenta años y cuando me encuentro agobiado por la edad y postrado
por una grave enfermedad. El 9 de diciembre de ese año, tuvo lugar la batalla de Navarro, en
que las fuerzas que mandaba Dorrego y Rosas fueron vencidas al primer empuje de los bravos
coraceros, que habían regresado de la campaña del Brasil. El 13, muy de mañana, llegó el co-
ronel Acha, conduciendo en un carruaje bien escoltado al coronel Dorrego desde Salto, donde
se había dirigido para ponerse a la cabeza del regimiento de Húsares, que mandaba el coronel
don Bernardino Escribano. Rosas que iba con Dorrego como más astuto y desconfiado, se
quedó fuera del pueblo y no viendo regresar a su confiado compañero huyó precipitadamente
a la Pcia. de Santa Fe. Sabedor Acha, de la derrota de Navarro y apercibido de las intenciones
del desgraciado Dorrego por su propia y exclusiva resolución, y contando con la influencia que
tenían en el Regimiento, lo prendió con el propósito de entregarlo al general Lavalle. En el acto
que llegó el coronel Dorrego, el general Lavalle me llamó y me dijo: “Vaya Ud. a recibir a Do-
rrego, que confío a su celo y vigilancia, y como la tropa que ha traído el general Acha debe
retirarse, lleve Ud. una compañía de infantería para cuidar de él “.
Llevé, en cumplimiento de esta orden, una compañía mandada por el capitán Mansilla y me
situé en una casa de espacioso patio, a las inmediaciones del cuartel general. muy luego, el
general Lavalle, con el ejército, se fue a situar a la estancia de Almeyra, más allá de Navarro.
Luego que me recibí del coronel Dorrego, y que hube tomado todas las medidas de seguridad
convenientes, me aproximé al carro en que Dorrego se hallaba, y le dije: -“Coronel, estoy en-
cargado de custodiarlo y responder de su persona”. Entonces él con esa amabilidad que lo
distinguía, me alargó la mano y me dijo: -“Mucho me felicito de que Ud. haya sido elegido para
desempeñar este encargo”. El coronel Dorrego, me significó después la necesidad que sentía
de alimentarse. Poco después le fue servido un abundante almuerzo. Este caballero insistió
porque yo subiera al carro para almorzar con él, a lo que no accedí con excusas honorables.
Era la una de la tarde, cuando recibí un papelito del general Lavalle que contenía lo siguiente:
“Elías, sé que Dorrego tiene bastantes onzas de oro, recójalas Ud. y dígale que no necesita de
ellas, pues para todos sus gastos Ud. le suministrará lo que necesite”.
Esto se lo dije al Coronel Dorrego, teniendo yo la delicadez de no hacer registrar el carruaje,
pues me había asegurado de no tener un solo peso, y porque debo decir la verdad: me lasti-
maba el abatimiento de un hombre, a cuyas órdenes, había hecho como ayudante la campaña
de Santa Fe, y asistido a la desastrosa batalla de Pavón en la que perdió el ejército, por temeri-
dad e impaciencia en no esperar las fuerzas de Buenos Aires que se hallaban inmediatas. Como
a la una y cuarto recibí por un ayudante del general Lavalle la orden de trasladarme con el
Coronel Dorrego al cuartel general. En el acto estuve en marcha, pero Dorrego inquieto por
esa maniobra me llamó y me dijo: “Elías, ¿dónde me lleva Ud.?. “Coronel le contesté, al cuartel
general situado en la estancia de Almeyra”. Entonces me preguntó si allí estaba el general don
Martín Rodríguez, y el Coronel Lamadrid.
Le contesté afirmativamente, y manifestó satisfacción. No habíamos andado media legua,
cuando por el camino de Buenos Aires me alcanzó un comisario de policía acompañado de dos
gendarmes en caballos agitados, por la participación de la marcha. Traían pliegos urgentes,
que contenían la súplica del gobierno delegado, para que el Coronel Dorrego saliera del país.
Dorrego que todo lo observaba con inquietud me preguntó: ¿qué quiere ese hombre?
Yo le dije la verdad. Entonces me dijo: “mi amigo, hace un sol y un calor terrible, suba Ud. al
carro y marchará con más comodidad”. Le agradecí ese ofrecimiento que repitió con insisten-
cia. Cerca de las dos de la tarde hice detener el carro en la sala que ocupaba el general Lavalle
y desmontándome del caballo fui a decirle que acababa de llegar con el coronel Dorrego. El
general se paseaba agitado a grandes pasos y al parecer sumido en una profunda meditación y
apenas oyó el anuncio de la llegada de Dorrego, me dijo estas palabras que aún resuenan en
mis oídos, después de cuarenta años –“Vaya Ud. e intímele que dentro de una hora será fusi-
lado” El coronel Dorrego había abierto la puerta del carruaje y me esperaba con inquietud. Me
aproximé a él conmovido y le intimé la orden funesta de que era portador. Al oírla, el infeliz se
dio un fuerte golpe en la frente exclamando: “Santo Dios” “Amigo mío -me dijo entonces-
proporcióneme papel y tintero y hágame llamar con urgencia al clérigo de Navarro, mi deudo,
al que quiero consultar en mis últimos momentos”. Efectivamente, poco después estuvo ese
sacerdote al lado de Dorrego que escribía. El cura estaba impasible y veía a la víctima conmo-
vido. Yo estaba al pie del carro como una estatua y pude presenciar la entrega que le hico Do-
rrego de una pañuelo que contenía onzas de oro. Como la hora funesta se aproximaba el coro-
nel Dorrego me llamó y me dio las cartas, una que todo el mundo conoce para su esposa y la
otra que yo solo conozco su contenido para el Gobernador de Santa Fé, don Estanislao López.
Ambas cartas se las presenté al general Lavalle, quien sin leerlas me las devolvió ordenando
que entregue la dirigida a su señora y que la otra no le diese dirección. Antes de continuar
copiaré la carta dirigida a López, porque es un documento histórico-No tiene fecha-“Navarro
diciembre de 1828. Señor Gobernador de Santa Fé don Estanislao López. Mi apreciado amigo:
En este momento me intiman morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi muerte; pero de
todos modos perdono a mis perseguidores. Cese Ud. Por mi parte todo preparativo y que mi
muerte no sea causa de derramamiento de sangre.
Soy su affmo. Amigo. Manuel Dorrego”.

Formado ya el cuadro y en el momento de marcha al patíbulo, Dorrego que estaba pálido y
extremadamente abatido me llamó y me dijo: “Amigo mío, hágame llamar al coronel Lama-
drid, pues deseo hablarle dos palabras en presencia de Ud.”. Mientras llegaba Lamadrid que
fue en el acto, me dijo: “A su amigo el general Rondeu y el general Balcarce, dígales Vd. Que
les dejo la última expresión de mi amistad”. El coronel Lamadrid se presentó y Dorrego lo
abrazó con ternura y sacándose una chaqueta de paño azul bordada que tenía, se la dio al co-
ronel, pidiéndole en cambio otra de tipo escocés que tenía puesta.
Además le entregó unos suspensores de seda que había sido bordada por su hija Angelita,
rogándole se los entregara. Todo había acabado, Dorrego apoyado en el brazo del coronel
Lamadrid, y en el del clérigo, marchó lentamente al suplicio. Un minuto después oí la descarga
que arrebató la vida a ese infeliz.
Yo no quise presenciar ese acto, cuyas tristes consecuencias prevenía. Yo mudo estaba al lado
del general Lavalle que profundamente conmovido me dijo: “Amigo mío acabo de hacer un
sacrificio doloroso que era indispensable”. Enseguida escribió su célebre parte al gobierno
delegado, participándole la ejecución del Coronel Dorrego.
He aquí querido Ángel, la narración fiel y verídica de ese episodio de nuestros extravíos políti-
cos. Cualquier cosa que fuera de esto se diga, es una vil impostura, pues nadie ha conocido
estos detalles, sino el general Lavalle y yo. A la edad de 67 años, cuando tengo un pie al borde
del sepulcro de la tumba, que miro sin terror, escribo estas líneas, de que tu harás el uso que
juzgues necesario para satisfacción de la verdad, desfigurada por viles e innobles pasiones, de
los que no respetan ni el hogar ni la honra de los ciudadanos. Soy tuyo con el mayor cariño.
Y así fue como aquel fatídico 13 de diciembre de 1828, se escribió a pocas cuadras de aquí la
página más triste de la civilidad Argentina... la que luego desencadenó las más terribles conse-
cuencias. Prisionero dentro de un carromato cerrado y con la intimación perentoria de una
hora de plazo para ponerse en orden con su conciencia, en los últimos minutos de su vida el
Gobernador del pueblo de Buenos Aires y Capitán General de las Provincias Argentinas, se ha
hecho cargo anímica y espiritualmente de la situación. Al llamado urgente del preso, el cura
Castañer, a cargo recientemente de la Vice Parroquia de Navarro, monta su caballo y cortando
campo por la laguna llega presuroso hasta “El Talar”. Allí abraza tiernamente al condenado,
que por rara coincidencia del destino es pariente suyo.
Los dos primos se miran conmovidos dentro del carruaje...
“Resígnate. Manuel” le dice Castañer, cariñosamente y con los ojos húmedos de emoción:
“Quédate tranquilo, que lo estoy, solamente le tengo miedo a las consecuencias”... dice con
voz firme y serena Manuel Dorrego.

Como ya estaba escribiendo la despedida, le pide al padre que se baje y lo deje nuevamente
solo. El momento es solemne y patético... El minuto fatal se acerca...El cuadro militar ya está
formado a 200 metros de donde está el carruaje. Los lanceros del Coronel Olavaria, los Drago-
nes del coronel Niceto Vega, los colorados del Coronel Videla y los Coraceros del Coronel Me-
dina están firmes... Y el General Lavalle, encerrado en la sala grande de la Estancia “El Talar” de
don Juan Almeyra, parece un tigre enjaulado. No recibe a nadie, solamente su edecán Elías
puede entrar. Los 900 soldados de Lavalle, allá están en “El Talar”, en pie de guerra. Nervioso
como nunca, ni siquiera lo estuvieron así en Río Bamba, en Bacacay... En Ituzaingó, frente al
ejercito del Imperio del Brasil...¡ Es que esto es distinto ¡... Es la lucha y discordia entre herma-
nos. Deberán ahora fusilar a un viejo y valiente compañero en la guerra de la Independencia
Argentina...
En fin, la disciplina militar reina y se ordena que hay que aprontarse...
Manuel Dorrego, en su improvisado recinto, sigue escribiendo. Se acaba el papel y ante su
pedido, reúnen sobres vacíos y papeles cualquiera. Allá están, en el Museo Histórico Nacional,
sus apologéticas cartas. El contenido de esas históricas escrituras, deslizadas con letra firme,
frente al espectro de la muerte cruel y habiendo pasado por la odisea de los últimos 13 días.
Encerrado ahora en un carruaje que le sirve de celda, sobre la ribera oeste de nuestra histórica
laguna, son un testamento de hidalguía, amor y patriotismo... Generaciones de argentinos
vieron, ven y verán en esas dramáticas cartas, el extraordinario temple que anidaba en su co-
razón es hombre singular.. Sus nobles virtudes ciudadanas sirvieron de ejemplo como hombría
de bien, y más aún, quizás en parte, haya sido material preciado con que se fue fundiendo la
matriz que forjara nuestro incipiente ser nacional.
La primera dedicatoria es para su mujer, que dice: Mi querida Angelita: En este momento me
intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué, mas la providencia divina, en la
cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos, y supli-
co a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. Mi vida, educa a
esas amables criaturas, sé feliz, ya que no lo has podido ser en compañía del desgraciado Ma-
nuel Dorrego.” Su segundo pensamiento fue en sus dos queridas hijas, Isabel y Angelita, de 13
y 11 años, a quienes les envía en conjunto otra conmovedora carta: “ Querida Isabel; te de-
vuelvo los tiradores que hiciste a tu infortunado padre “. “ Mi querida Angelita; te acompaño
esta sortija para memoria de tu desgraciado padre... sed católicas y virtuosas, que esa religión
es la que me consuela en este momento” Mientras transcurrían los minutos aciagos, el drama
se tornaba precipitadamente terrible. El vasto escenario de la histórica Estancia “El Talar” de
Almeyra, es una bolsa de nervios.
Ante la insólita novedad del inminente fusilamiento, los pobres soldados se estremecían ante
la posibilidad de quiénes serían los indicados para la ejecución.
Mientras el carillón de la Estancia “El Talar” marcaba los trágicos minutos de la hora señalada,
el condenado Manuel Dorrego se va serenando con santa resignación ante su infortunio y ma-
no a mano con su conciencia, sigue escribiendo, robándole segundos al plazo perentorio. A su
sobrino, Fortunato Miró le deja el siguiente encargo: “Mi apreciado sobrino: Te suplico arre-
gles mis cuentas con Ángela por si algo le toca para vivir a esa desgraciada. Recibe el adiós de
tu tío...” ¡Piensa en la Patria!. _Se estremece al solo vaticinio de las venganzas y pidiendo más
papel, le escribe al patriarca federal santafecino, el caudillo Don Estanislao López.
Aflorándole el don de la amistad en el torbellino de su ansiedad, se acuerda de Miguel de Az-
cuénaga y le escribe: Mi amigo, y por Ud. a todos: Dentro de una hora me intiman debo morir,
ignoro por qué; más la providencia así lo ha querido. Adiós mis buenos amigos, recuérdense
Uds. de su Manuel Dorrego. En este momento, la religión católica es mi único consuelo.” Ma-
nuel Dorrego vuelve a Angelita, su compañera y le dice: “Que Fortunato te entregue lo que en
conciencia crea tener mío. Calculo que Azcuénaga me debe como tres mil pesos. José María
Miró mil quinientos. Don José María Rojas seis mil. Debo una letra de tres mil quinientos pesos
a Doña Isabel Ares. De los cien mil pesos de fondos públicos que me adeuda el Estado, sólo
recibirás las dos terceras partes el resto lo dejarás al Estado. A Manuela, la mujer de Fernán-
dez, le darás trescientos pesos. A mis hermanos y demás coherederos debes darle o recabar de
ellos como mil quinientos pesos, que recuerdo, tomé de mi padre y no he repartido a ellos.
Y sigue escribiendo, solo con su destino señalado y en su deseo de dejar todo ordenado: “Un
documento de un Diputado ce Catamarca de cinco mil y pico de pesos contra el Estado declaro
que estaba en mi poder, y pienso se habrá quemado.
También otros de tierras de ... a medias conmigo. Díaz el que fue guarda, tiene documentos de
tierras mías en Arroyo... Pido a Fortunato Miró haga una transación con Francisco Elías. Todos
los documentos de minas en compañía de Lecoc, están en la cómoda vieja, que Lecoc sea due-
ño de todas y dé a mi familia lo que tuviese a bien. Doscientos pesos plata a Don Pablo
Alemán, de Salta...” Y ya estamos sobre la hora y su pulso se mantiene firme escribiendo su
último pensamiento, otra vez, es para su mujer: “Mi vida: mándame hacer funerales y que
sean sin fausto... Otra prueba de que muero en la religión de mis padres. Tu Manuel...” Termi-
na agregando unas letras más, que quedan inconclusas: “Este apero es de Solelo el que fue...
“Vamos, Manuel” le dice dulcemente el clérigo Castañer. “Estoy listo”, es la contestación firme
y sonora.
Baja majestuosamente del coche y mira con compasión al cuadro ya formado por los tiesos y
pálidos soldados. Caminando va hacia el patíbulo: “ Mis piernas están tan firmes como mi co-
razón”, dice, al ver al ver adelantarse un piquete del 5° de línea a cargo del Capitán Páez, quien
levanta la espada y suena la trágica descarga.
Los centenares de soldados se estremecieron. Un agudo sentimiento de piedad los embarga y
un fatal presentimiento les hacía pensar en los federales. ¿Y Rosas, donde está?
El General Lavalle, que había constituido en el tribunal único, supremo e inapelable, luego de
las horas más largas de su vida en que se paseó incesantemente por la sala de El Talar (la ter-
cera mirando desde el norte), cuando sintió la descarga se sobresaltó. Se tiró sobre un sillón de
Don Juan Pedro Almeyra y le dijo a su edecán Elías: “Amigo mío, acabo de hacer un sacrificio
doloroso que era indispensable...” Aún la sangre caliente de Dorrego corría por la tierra nava-
rrense cuando Lavalle se sienta sobre una mesa “ratona” que se conserva en el Museo Históri-
co Nacional y escribe en un gesto que lo engrandece ante la historia al asumir la responsabili-
dad de lo ocurrido.

“Navarro, diciembre 13 de 1828 Sr. Ministro: Participo al Gobierno Delegado que el Coronel
Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que compo-
nen esta división. La historia, señor Ministro, juzgará imparcialmente si el Coronel Dorrego ha
debido o no morir. Si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber
estado poseído de otro sentimiento que el del bien público. Quiera persuadirse el pueblo de
buenos Aires que la muerte del coronel Dorrego es el sacrificio mayor que puedo hacer en su
obsequio.
Saludo al señor Ministro con toda atención.
Juan Lavalle.” Acta de defunción Por Martín Graciano Duhalde – semanario AMANECER del 23
de diciembre de 1972 Mientras Lavalle escribía el parte al Almirante Brown, a 300 metros su-
yos el cuerpo de Manuel Dorrego yacía tirado en el campo. Hay indicios ciertos que luego de la
ejecución, hubo ensañamiento con el cadáver. Así lo indica el testimonio de la Comisión Ofi-
cial, que por orden de Rosas, ni bien asumió el Gobierno se trasladó de Buenos Aires a Navarro
con el fin de exhumar los restos de Dorrego, tarea que se llevó a cabo el 13 de diciembre de
1829, es decir al año justo de su muerte.
El informe firmado por el camarista don Miguel de Villegas dice en parte: “ Que encontraron el
cadáver entero, a excepción de la cabeza que estaba separada del cuerpo en parte, y dividida
en varios pedazos, con un golpe de fusil al parecer, en el costado izquierdo del pecho...” Luego
del fusilamiento (si así se lo puede llamar) el acongojado pariente de Manuel Dorrego, el cléri-
go Juan José Castañer, se hace cargo del cadáver, ya que ni siquiera se permitió a los más cer-
canos deudos llegarse hasta Navarro para ver los restos, no obstante los ruegos de los familia-
res que hicieron llegar al Sr. Ministro Díaz Vélez con tal fin. En cambio el recinto sagrado de
nuestra histórica Parroquia, el mismo día 13, abrió de par en par sus puertas para recibir el
cuerpo del infortunado Gobernador de Buenos Aires. Luego que fuera velado toda la noche,
con la presencia escasa de algunos vecinos asombrados, que esporádicamente se acercaron al
féretro.
El día 14, Manuel Dorrego fue enterrado en el Cementerio de Navarro, que entonces estaba
junto a la Iglesia. El lugar de su sepultura dice el mismo parte de Villegas que estaba: ” a cinco
y media varas de su frente y puerta principal, con la diferencia de dos tercios en que daba
hacia su parte lateral izquierda...” Concluido el sepelio, el párroco de Navarro, de puño y letra,
dejó labrada la siguiente acta de Defunción, que está guardada como reliquia histórica de gran
valor en nuestra iglesia y dice así: “ Manuel Dorrego-En el día 14 de diciembre de 1828, yo, el
abajo firmado, teniente cura de esta Capilla de Navarro, sepulté con oficio y misa de cuerpo
presente, todo cantado de primera clase, el cadáver del coronel don Manuel Dorrego, natural
de Buenos Aires, esposo de doña Angela Baudrix. Recibió los Sacramentos de que doy fé. Fir-
mado: Juan José Castañer.“

Fuente: Semanario Amanecer, Navarro, 23/12/72


Aqui hay un interesante Blog sobre el Coronel Dorrego publicado por Analía Alvado :
http://coronelmanueldorrego.blogspot.com/


lunes, 23 de noviembre de 2009

23 de Noviembre nace Alberto Williams


Alberto Williams,
el compositor más prolífico de América
Uno de los músicos más grandes del continente americano fue Alberto Williams figura representativa de su generación. Compositor, pianista y pedagogo de nivel, hoy permanece ignorado como todos los clásicos de nuestro país

Alberto Williams nació en Buenos Aires el 23 de noviembre de 1862, en el seno de una familia con marcada inclinación por la música. Hijo de Jorge Orlando Williams y Adela Alcorta, su abuelo materno, Amancio Alcorta, fue un prestigioso compositor y político oriundo de Santiago del Estero1.

Primeros años
A temprana edad, inició sus estudios musicales con el maestro alemán Pedro Beck, que le enseñó las primeras nociones de teoría y solfeo y en 1876 ingresó en la Escuela de Música y Declamación de su ciudad natal, la misma que fundaran Juan Pedro Esnaola y Santiago Alcorta donde fue discípulo del profesor Luis José Bernasconi.

Dadas a sus condiciones, después de publicar una primera composición, el joven Williams viajó a París para perfeccionar sus conocimientos de piano. En el conservatorio de la capital francesa estudió con personalidades de la talla de Georges Mathias (discípulo de Chopin), Charles de Beroit, Emile Durand y Benjamín Godard. También concurrió a la academia de César Franck, donde tuvo por condiscípulo a Vincent D’Indy, notable impulsor de la influencia folklórica en el arte clásico.

Sus primeras composiciones
Antes de su regreso a nuestro país, compuso y estrenó su Primera Obertura de Concierto (Op. 15), obra de la que se ha dicho, fue uno de los logros fundamentales de su carrera. Escrita bajo la atenta supervisión de César Franck, en ella se revelan un amplio control sobre las formas y una notable habilidad en el manejo de la escala sinfónica. Basada preferentemente en el estilo de las grandes sonatas, se la debe encuadrar dentro del género romántico tardío que en aquellos días comenzaba a declinar.

Ya en el país, al que había llegado en el mes de diciembre de 1889, ofreció dos recitales de piano, seguidos por numerosas presentaciones en los mejores salones de la ciudad. Poco después, dirigió su primer concierto, cuya obertura fue sumamente aplaudida.
El país vivía momentos de incertidumbre, con la crisis económica y social generada por el gobierno del presidente Juárez Celman a punto de desembocar en un sangriento conflicto armado. En ese clima Alberto Williams se topó con la indiferencia propia de nuestra sociedad, respecto de todo lo que no fuera foráneo y a punto estuvo de abandonar el país con destino a otros rumbos, más elevados y menos ingratos, en los que su talento iba a ser valorado como correspondía. Sin embargo, sus raíces le “tiraban” y por esa razón, decidió permanecer en su tierra, explorando nuevas vertientes en las que basar sus futuras composiciones, la principal, el folklore.

Su actividad docente
Iniciando una destacada actividad docente , en 1892 Williams fundó la Sociedad de Conciertos del Ateneo y al año siguiente el Conservatorio de Música de Buenos Aires, del que fue director hasta 1941, formando en sus claustros a músicos de tres generaciones.

Como maestro, surgieron de su pluma trabajos tales como Teoría de la Música, Teoría de la Armonía y Problemas del Solfeo, herramientas básicas de quienes se iniciaban en los estudios musicales.

Junto a Julián Aguirre, Arturo Berutti y otros afamados maestros, Williams formó la primera generación de músicos profesionales entre quienes podemos mencionar a Carlos López Buchardo, Felipe Boero, Pascual Rogatis, Floro Ugarte y Manuel Gómez Carrillo.

Su obra musical
A la Primera Obertura de Concierto le siguieron dos suites denominadas Miniaturas y una segunda obertura en 1892 (Op. 18) de marcada tendencia europea, la misma que influenció a Williams en su primera época. Sin embargo, esa tendencia fue cediendo espacio a una variante mucho más inclinada a lo folklórico y lo telúrico, destacando a partir de entonces composiciones netamente argentinas como su suite para piano El Rancho Abandonado (Op. 32) y su primera sinfonía en Sí Menor (Op. 44), estrenada en 1907. Tres años después puso en escena su segunda obra sinfónica en Do Menor La Bruja de las Montañas (Op. 55) y compuso su recordada Marcha del Centenario (Op. 56), escrita espacialmente para conmemorar el primer siglo de la Revolución de Mayo. La misma fue ejecutada en el marco de los festejos que tuvieron lugar en la oportunidad.

La tercera sinfonía del gran maestro vio la luz en 1911, La Selva Sagrada, sinfonía en Fa Mayor (Op. 58) que en su momento tuvo aceptación.

Una de las obras más conocidas de Williams, El Rancho Abandonado, es un digno exponente del nacionalismo musical argentino.

Alberto Williams introdujo en nuestra tierra novedosas y evolucionadas técnicas de composición, muy poco desarrolladas en su tiempo. En 1882 fundó y dirigió los conciertos de El Ateneo y entre 1902 y 1905 dirigió los célebres recitales sinfónicos que auspició la Biblioteca Nacional.

En un lapso de sesenta años, Williams dejó escritas 136 obras, entre las que se incluyen, además de las mencionadas: su Poema de las Campanas (Op. 60) estrenado en 1913; Primera, Segunda y Tercera Suite Argentina, El Atajacaminos (Op. 98) su cuarta sinfonía en Mi Bemol Mayor; El Corazón de la Muñeca (Op. 100) quinta sinfonía en Mi Bemol Mayor, La muerte del cometa (Op. 102) sexta sinfonía en Si Mayor, El eterno reposo (Op. 103) séptima sinfonía en Re, La Esfinge (Op. 104) y su octava sinfonía en Fa Menor, todas compuestas entre 1933 y 1938.

El estilo nacional
Williams compuso su última sinfonía en 1939, la novena en Sí bemol Los Batracios (Op. 115), obra de corte humorístico que tuvo muy buena aceptación en su tiempo.

Hoy es recordado como un impulsor de obras musicales de género nacional, la mayor parte de ellas, para piano. Su primera obra en el nuevo estilo fue En la sierra, seguida por El Rancho Abandonado a la que, según sus palabras, tuvo especial afecto por considerarla punto de partida de una serie de creaciones en las que supo revalorizar nuestras raíces y el arte local. Le siguieron, en la misma línea, Poema de los mares australes, Poncho de macachines para tus pies, Quebrada y Aires de pampa, solo por mencionar algunas. Fueron ellas, exponentes de esa tendencia que si bien autóctona y válida, le restaron mérito a nivel internacional cuando los críticos las consideraron demasiado identificadas con lo autóctono y por consiguiente, alejadas de lo estrictamente clásico. Prueba de ello es la poca difusión que la misma Argentina le da a las composiciones de este verdadero maestro.

En El Rancho Abandonado, por ejemplo, aborda un tema que autores como José Hernández, Eduardo Gutiérrez y Leopoldo Lugones trataron en su tiempo: el despojo del hombre de campo, los atropellos de la justicia y el heroísmo de nuestra raza. Dejó terminadas 136 composiciones y su producción se puede dividir en tres períodos bien definidos, el de sus inicios hasta 1890, cuando sus creaciones denotaban una influencia netamente clásica y europea; el de 1890 a 1910 en el que aflora el elemento autóctono y el de 1910 hasta sus últimos días, donde manifiesta una evolución realmente excelsa.

Paso a la inmortalidad
Alberto Williams también fue escritor y poeta, siendo de destacar dos libros de su autoría titulados Poema de los Mares Australes, publicado en 1929 y Poema del Iguazú, en 1942.
Casado y padre de varios hijos, entre ellos el célebre arquitecto Amancio Williams, nuestro gran compositor falleció en su ciudad natal, el 17 de junio de 1952, siendo merecedor de numerosos reconocimientos póstumos, entre ellos la imposición de su nombre a una calle de la Capital Federal y numerosos conservatorios y academias musicales. Por lo abundante de su obra se lo llamó “el músico más prolífico de América” y por sus innovaciones y calidad, “padre de la música argentina”.

1- No confundir con el Dr. Amancio Alcorta, abogado y político que fue ministro de Relaciones Exteriores de los presidentes Roca y Uriburu.

fuente: http://www.cruzadadelrosario.org.ar/revista/0808/williams.htm

Bajar libro Teoría de la Música

martes, 17 de noviembre de 2009

Un dia 17 de Noviembre de 1875 Fallecia Hilario Ascasubi poeta Gauchesco




HILARIO ASCASUBI
(1807 - 1875)

ACLARACIÓN EL SANTOS VEGA CITADO AQUI NO TIENE NADA QUE VER CON EL PAYADOR DE LA NOVELA DE RAFAEL OBLIGADO.

Hilario Aucasubi nació el 14 de enero de 1807. Cuando adolescente, se embarcó como grumete, y, al ser apresado el navío en que se dirigía a la Guayana Francesa, fue llevado a Lisboa, de donde consiguió fugarse. Viajó luego por Europa y EE.UU. En 1823, en Salta el gobierno le cedió la famosa imprenta que había pertenecido a los jesuitas. Editó la Revista de Salta, con José Arenales, donde publicó su Canto a la victoria de Ayacucho. Apasionado por la tormentosa política de su tiempo, se enroló como soldado de Güemes, luego bajo las órdenes de Paz, con Lavalle fue adversario de Rosas, tuvo que huir a Montevideo. Allí, con su peculio de comerciante, costeó la expedición de Lavalle. De regreso en Buenos Aires, durante la presidencia de Mitre, fue encargado de misiones oficiales en París, ciudad en la que residió casi hasta el fin de su vida.



Se inició como escritor gauchesco con los Diálogos de Jacinto Amores y Simón Peñalva, en 1833. Más tarde dirigió los periódicos El gaucho en campaña y El gaucho Jacinto Cielo. Durante su permanencia en París, en 1872, revisó y agrupó su dispersa producción en tres tomos: Paulino Lucero o los gauchos del Río de la Plata, cantando o combatiendo contra los tiranos de la República Argentina y Oriental del Uruguay, integrado por punzantes cielitos, romances, medias cañas, redondillas y décimas, referidos a los episodios del sitio de Montevideo, compuestos entre 1839 y 1851; Aniceto el Gallo, extractado del periódico del mismo título publicado en Buenos Aires en 1854, y completó el tercero, Santos Vega o Los mellizos de la flor, iniciado en Montevideo en 1850. En este poema, obra más completa y mejor organizada, se aparta de la figura del legendario personaje de la poesía de combate y logra profundidad y firmeza. Aunque excesivamente extenso -consta de más de 12.000 versos-, está logrado con acierto el cuadro físico y social de fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Ascasubi es poeta de imaginación clara y esencialmente visual, que alcanza momentos notables en algunos pasajes descriptivos y que, retomando la versificación de Bartolomé Hidalgo y otros precursores, da auténtica jerarquía artística a la literatura gauchesca. Falleció el 17 de noviembre de 1875.

Obras

El gaucho Jacinto Cielo (1843)

Paulino Lucero (1846)

Aniceto el Gallo (1853)

Santos Vega o los mellizos de la Flor (1851)

Obras completas (1872, 3 volúmenes recopilados por el autor)
Fuente: http://www.los-poetas.com/c/biohila.htm




Santos Vega / 1872
(Selección)

Hilario Ascasubi (1807-1875)
Fuente: Santos Vega o los Mellizos de la Flor. Rasgos dramáticos de la vida del gaucho en las campañas y praderas de la República Argentina (1778-1808)
París, Imprenta Paul Dupont, 1872.



SANTOS VEGA EL PAYADOR


Al Sr. D. Jorge Atucha:
A Vd., mi compatriota, mi contemporáneo y amigo de los los años juveniles, desde que fue intachable patriota argentino, sin transigir nunca con los tiranos del país ni con los esbirros del sanguinario Rosas, exponiendo su vida y su fortuna por salvar a muchos de los que ellos ferozmente persiguieron;
A Vd., que tanto ha contribuido a embellecer la ciudad de Buenos Aires alzando espléndidos edificios, y a poblar con vastos establecimientos de campaña nuestras dilatadas pampas, siendo el generoso protector de los paisanos que le labran sus tierras y apacentan sus numerosos rebaños;
A Vd., mi consolador después de los sinsabores e infortunios que pasé en el tremendo sitio de París, y durante los luctuosos días que siguieron en Buenos Aires a la mortífera epidemia, cuando me repuse en su albergue y su compañía;
A Vd., que sabrá apreciar cuanto, a mi regreso otra vez a París, me habrá distraído y aliviado en algo las horas de quebranto el ocuparme en dar término a mi poema de Los Mellizos;
A Vd., el sagaz conocedor de nuestra campaña como del carácter y costumbres de los gauchos argentinos;
A Vd., pues, que sabe comprender y podrá disimular los defectos de una obra escrita con ánimo conturbado y tan lejos de nuestras praderas queridas y sus característicos habitantes, a usted dedico este libro, rogándole se sirva aceptarlo, con mi ardiente deseo de que le sea agradable su lectura o lo distraiga al menos en los padeceres de su salud quebrantada, y le anime el recuerdo de este su antiguo y reconocido compatriota y amigo,
Hilario Ascasubi.
París, 2 de agosto 1872.




AL LECTOR
París no es para todos los hombres el paraíso de la tierra; no lo creáis así, aun cuando lo repitan sin cansarse aquellos que en París han vivido y saboreado los encantos de una vida activa, donde los placeres del espíritu disputan las horas, que aquí son cortas, a los placeres del sensualismo que trasmite y absorbe las impresiones del ser humano.
No; el paraíso de cada hombre está en la tierra natal; y si ella le falta, y si ella está lejos, ese paraíso lo encuentra en los recuerdos de esta tierra querida y tan sólo en aquellas horas de profunda reconcentración en que el espíritu viaja, atraviesa los mares, recuenta los tiempos, los hombres y las cosas, y por el sentimiento del amor más puro vive en una idealidad que no es dable describir; pero que es siente, que existe para cada hombre, y que sólo puede nacer del amor a la tierra patria. Yo he sentido esas horas.
Este libro que para muchos será sólo el eco de los cantos del Gaucho, y que para otros será una violación de las reglas literarias de su lenguaje, y que para no pocos, lo espero, será el pasatiempo de horas monótonas, este libro ha crecido y se ha formado en esas horas de sublime reconcentración que el espíritu no halla en París; si es que París es el sinónimo del paraíso; pero que las encuentra en el recuerdo de todo lo que significa esa bella palabra: la Patria.
Viejo ya, fatigado mi espíritu por golpes morales, llevado a pesar mío hacia una vida cuasi sedentaria, tal vez no hubiera resistido a la pesadumbre, si no hubiera sentido reanimarme mi vejez al deseo de completar en el último tercio de mi vida, una obra comenzada hace veinte años, y que ha sido desde entonces como el lazo de unión de todos mis recuerdos.
¿Es que la vejez, al consagrarme a ella, sentía también como si el aire de mi juventud y de mis bellos días se infiltraran en mi ser para alimentarle?
Santos Vega o los Mellizos de la Flor; que tal es el nombre que le he dado al libro, que forma el primer volumen de mis obras, fue comenzado en el año de 1850, no habiendo en aquella época de vicisitudes, tenido tiempo para hacer otra cosa que las dos entregas publicadas en 1851, las que constaban sólo de diez cuadros con mil ochenta versos, mientras que hoy el volumen o sea el poema entero consta de sesenta y cinco cuadros y más de trece mil versos.
Entonces, a pesar de los muy honorables y lisonjeros artículos con que fueron aplaudidas mis composiciones por jueces muy competentes, cuyos juicios críticos se hallan en el prólogo de este volumen, entonces, repito, no me envanecí ni pensé que mis pobres producciones merecieran todos esos elogios.
Mis versos nacen de mi espíritu, cuyo consorcio ha sido siempre la naturaleza de esas pampas sin fin, la índole de sus habitantes, sus paisajes especiales que se han fotografiado en mi mente por la observación que me domina.
Mi ideal y mi tipo favorito es el gaucho, más o menos como fue antes de perder mucho de su faz primitiva por el contacto con las ciudades y tal cual hoy se encuentra en algunos rincones de nuestro país argentino.
Ese tipo es más desconocido actualmente de lo que en generalidad puede creerse, pues no considero que sean muchos los hombres que han podido establecer comparación sobre cuánto ha cambiado el carácter del habitante de nuestra campaña, por su incesante participación en las guerras civiles, y por la constante invasión en sus moradas de los hábitos y tendencias de la vida peculiar de las ciudades.
El canevas o red de los Mellizos de la Flor, es un tema favorito de los gauchos argentinos, es la historia de un malevo capaz de cometer todos los crímenes, y que dio mucho que hacer a la justicia. Al referir sus hechos y su vida criminal por medio del payador Santos Vega, especie de mito de los paisanos que también he querido consagrar, se une felizmente la oportunidad de bosquejar la vida íntima de la Estancia y de sus habitantes y describir también las costumbres más peculiares a la campaña, con alguno que otro rasgo de la vida de la ciudad.
En esta mi historia, poema o cuento, como se le quiera llamar, los indios tienen más de una vez una parte prominente, porque, a mi juicio, no retrataría al habitante legítimo de las campañas y praderas argentinas el que olvidara al primer enemigo y constante zozobra del gaucho.
Por último, como creo no equivocarme al pensar que es difícil hallar índole mejor que la de los paisanos de nuestra campaña, he buscado siempre el hacer resaltar, junto a las malas cualidades y tendencias del malevo, las buenas condiciones que adornan por lo general al carácter del gaucho.
No tengo pretensiones de ningún género al presentar este libro. Amo a mis versos como se ama a los hijos que consuelan en las horas de pesar; y si de joven, cuando los publiqué como arma de guerra contra los opresores de la Patria, pude tener la vanidad de creer que fueron de alguna utilidad a ese objeto, hoy que marcho al ocaso de mis días, los miro sólo como el conjunto de mis recuerdos juveniles y queridos; y, aunque me cuesta decirlo, al imprimirlos coleccionados, busco también en ellos, un solaz a mi espíritu contristado.
Preceden a estas mis advertencias, puestos por el editor de mis obras, los honrosos artículos que a mis versos les han consagrado personas muy ilustradas en las letras, cuyos elogios me enaltecen demasiado. Esos apreciables juicios constituyen mi única vanidad y constituirán siempre, es mi creencia, el mejor legado de lo que llamo yo mi vida literaria.
Hilario Ascasubi




I
La tapera 1 - Santos Vega el Payador 2 - Rufo el Curandero - El solazo - El miraje - El Rabicano

Cuando era al sur cosa extraña,
por ahi junto a la laguna
que llaman de la Espadaña,
poder encontrar alguna
pulpería de campaña:

Como caso sucedido
y muy cierto de una vez 3
cuenta un flaire 4 cordobés
en un proceso imprimido,
que, el día de San Andrés,

Casualmente se toparon,
al llegar a una tapera,
dos paisanos, que se apiaron 5
juntos, y desensillaron
a la sombra de una higuera.

Porque un sol abrasador
a esa hora se desplomaba,
tal que la hacienda 6 bramaba
y juyendo del calor
entre un fachinal 7 estaba.

Ansí, la Pampa 8 y el monte
a la hora del mediodía
un disierto parecía,
pues de uno al otro horizonte
ni un pajarito se vía.

Pues tan quemante era el viento
que del naciente soplaba,
que al pasto verde tostaba;
y en aquel mesmo momento
la higuera se deshojaba.

Y una ilusión singular
de los vapores nacía;
pues, talmente, parecía
la inmensa llanura un mar
que haciendo olas se mecía.

Y en aquella inundación
ilusoria, se miraban
los árboles que boyaban,
allá medio en confusión
con las lomas que asomaban.

Allí, pues, los dos paisanos
por primera vez se vieron;
y ansí que se conocieron,
después de darse las manos,
uno al otro se ofrecieron.

El más viejo se llamaba
Santos Vega el payador,
gaucho 9 el más concertador,
que en ese tiempo privaba
de escrebido y de letor 10 ;

El cual iba pelo a pelo 11
en un potrillo bragao,
flete 12 lindo como un dao 13
que apenas pisaba el suelo
de livianito y delgao.

El otro era un Santiagueño
llamado Rufo Tolosa,
casado con una moza
de las cáidas del Taqueño 14 ,
muy cantera y muy donosa.

Rufo ese día montaba
un redomón 15 entrerriano,
muy coludo el rabicano 16 ,
y del cabestro llevaba
otro rosillo orejano 17 .

Ello es que allí se juntaron
de pura casualidá,
pero, muy de voluntá,
lo que medio se trataron,
hicieron una amistá.

Conviniendo en que se apiaban
por la calor apuraos,
y en que traiban 18 fatigaos
los pingos 19 como que estaban
enteramente sudaos;

Ansí es que desensillaron,
y, a fin que no se asoliasen
los fletes y se pasmasen,
a la sombra los ataron
para que se refescasen.

Luego, al rasparle 20 el sudor
Santos Vega a su bragao,
reparó que a su costao
estaba en el maniador 21
el rubicano enredao.

Y al dir a desenredarlo,
cuando la marca 22 le vio,
tan fiero se sosprendió,
que sin poder ocultarlo
ahí mesmo se santiguó.

Tolosa luego también
se asustó de Vega al verlo
triste, y por entretenerlo,
haciéndose como quien
suponía conocerlo:

-¿No es usté el amigo Ortega?
Tolosa le preguntó;
y el viejo, ansí que le oyó:
-No, amigo; soy Santos Vega
su servidor, respondió.

A esta oferta el Santiagueño
se quitó el sombrero atento,
y con todo acatamiento
se le ofreció con empeño
a servirlo al pensamiento.

Tal merece un payador
mentao 23 como Santos Vega,
que, a cualquier pago 24 que llega
el parejero 25 mejor
gaucho ninguno le niega.

De ahí Rufo picó tabaco
y dos cigarros armó;
que en apuros se encontró
para armarlos, porque el naco 26
medio apenas le alcanzó.

Largóle a Vega el primero,
y, a los avíos 27 lueguito
echando mano, ahí mesmito
sacó fuego en el yesquero
con un solo golpecito.

El viejo, inmediatamente
que su cigarro encendió,
a Tolosa le largó
un chifle 28 con aguardiente,
y Rufo se le afirmó.

Luego, los dos a pitar
frenfe a frente se sentaron;
y, lo que se acomodaron
al ponerse a platicar,
de lo siguiente trataron.

X
La madrugada - La ramada - El sol naciente - Los gauchos recogedores - El rodeo - El venteveo - El chimango

Como no era dormilona,
antes del alba siguiente,
bien peinada y diligente
se hallaba Juana Petrona,
cuando ya lucidamente

Venía clariando al cielo
la luz de la madrugada,
y las gallinas al vuelo
se dejaban cair al suelo
de encima de la ramada.

Al tiempo que la naciente
rosada aurora del día,
ansí que su luz subía,
la noche oscura al poniente
tenebroso descendía.

Y como antorcha lejana
de brillante reverbero,
alumbrando al campo entero
nacía con la mañana
brillantísimo el lucero.

Viento blandito del norte
por San Borombón cruzaba
sahumado, porque llegaba
de Buenos Aires, la corte
que entredormida dejaba.

Ya también las golondrinas,
los cardenales y horneros
calandrias y carpinteros,
cotorras y becasinas
y mil loros barranqueros;

Los más alborotadores
de aquella inmensa bandada
en la Espadaña rociada
festejaban los albores
de la nueva madrugada;

Y cantando sin cesar
todo el pago alborotaban,
mientras los gansos nadaban
con su grupo singular
de gansitos que cargaban.

Flores de suave fragancia
toda la pampa brotaba,
al tiempo que coronaba
los montes a la distancia
un resplandor que encantaba;

Luz brillante que allí asoma,
el sol antes de nacer;
y entonces da gozo el ver
los gauchos sobre la loma
al campiar y recoger 29 ;

Y se vían alegrones
por varios rumbos cantando,
y sus caballos saltando
fogosos los albardones,
al galope y escarciando;

Y entre los recogedores
también sus perros se veían,
que retozando corrían
festivos y ladradores,
que a las vacas aturdían.

Y embelesaba el ganao 30
lerdiando 31 para el rodeo,
como era un lindo recreo
ver sobre un toro plantao
dir cantando un venteveo 32 ;

En cuyo canto la fiera
parece que se gozara,
porque las orejas para
mansita, cual si quisiera
que el ave no se asustara.

Ansí, a la orilla del fango
del bañado, la más blanca
y cosquillosa potranca 33
ni mosquea si un chimango 34
se le deja cair en la anca.

Solos, pues, sin albedrío,
estaban las ovejeros
cuidando de los chiqueros,
mientras se alzaba el rocío
para largar los corderos 35 .

Después, en San Borombón
todo a esa hora embelesaba,
hasta el aire que zumbaba,
al salir del cañadón
la bandada que volaba;

Y la sombra que de aquella
sobre el pastisal refleja,
tan rápida que asemeja
un relámpago o centella,
y velozmente se aleja.

Y los potros relinchaban
entre las yeguas mezclaos;
y allá lejos enzelaos 36
los baguales 37 contestaban
todos desasosegaos.

Ansí los ñacurutuces 38
con cara fiera miraban
que esponjados gambetiaban,
juyendo los avestruces,
que los perros acosaban,

Al concluir la recogida,
cuando entran a corretiarlos;
y que al tiempo de alcanzarlos,
aquellos de una tendida
se divierten en cociarlos 39 .

Y de ahí, los perros trotiando
con tanta lengua estirada
se vienen a la carniada 40 ,
y allí se tienden jadiando
con la cabeza ladiada;

Para que las criaturas
que andan por allí al redor,
o algún mozo carniador,
les larguen unas achuras 41
que es bocado de mi flor.

Tal fue por San Borombón
la madrugada del día
en que el payador debía
hacer la continuación
del cuento aquel que sabía.

XII
Los Mellizos - El niño perverso – El mordiscón – El descuadrillado – La fuga

Un tal Bruno Salvador
porteñazo lenguaraz 42 ,
eres entonces capataz
de la Estancia de la Flor.
Por mozo trabajador
don Faustino lo quería,
y a boca llena decía
que Bruno era sin igual,
honrao a carta cabal
y terne 43 si se ofrecía.

Bruno era recién casao
con una rubia preciosa;
ansí quería a su esposa
con un cariño extremao;
pero fue tan desgraciao
que al primer año enviudó,
pues la moza se murió
en un parto de mellizos,
tan grandes y tan rollizos
que al parirlos sucumbió.

Esa fatal desventura
a Salvador en seguida
también le costó la vida,
y lo echó a la sepultura.
Luego, llenos de tristura
doña Estrella y el patrón,
movidos de compasión
por la yunta de guachitos 44 ,
tomaron los mellicitos
bajo de su protección

Allí en la Estancia se criaron
con Angelito a la vez,
muchos días los tres
de un mesmo pecho mamaron;
y al instante que asomaron
(como quien dice) la espuela
de gallitos, a la escuela
allí se les destinó,
donde cada uno empezó
a demostrar su entretela;

O aquella disposición;
con que a poco de nacer,
da un muchacho a conocer
su buen o mal corazón.
Así, desde charabón 45 ,
el mellizo más flauchin
descubrió un alma tan ruin,
y perversa de tal modo,
que con buena crianza y todo
salió un saltiador al fin.

Este se llamaba Luis,
y el otro hermano Jacinto,
criatura de un instinto
humilde como perdiz;
así, a ser hombre feliz
trabajando consiguió,
porque el patrón lo estimó
y doña Estrella también,
y el patroncito con quien
como hermano se trató.

Pero Luis, un cuchillero
fue a los siete años no más,
y mal pegador de atrás,
vengativo y camorrero;
y era su gusto a un cordero,
todavía mamoncito,
enlazarle y maniadito
echarlo vivo al fogón;
y en verlo hacer chicharrón
se gozaba el muchachito.

Una tarde, a un pobre ciego
limosnero lo llevó
y por gusto lo sentó
sobre unas brasas de fuego;
y otra ocasión a un Gallego,
que le enseñó la dotrina,
le trujo de la cocina
un cimarrón de humorada
con la bombilla caldiada,
y le quemó la bocina.

Yo no he visto travesuras
como las de ese maldito,
pues cuasi mató a Angelito
en una de sus diabluras,
llevándolo medio a oscuras
a un galpón, sin más asunto
que darle un susto por junto.
Ansí, en cuanto lo metió,
sobre un borracho lo echó,
diciéndole: "¡Es un difunto!"

Tan espantoso alarido
de susto el niño pegó,
que al grito el padre salió
corriendo y despavorido.
Entonces Luis, aturdido,
quiso juirle, y tropezó;
de manera que rodó
a los pies de don Faustino,
que encima del guacho vino
y medio se desnucó.

Doña Estrella, cuasi muerta
de susto del alarido,
corrió atrás de su marido,
con tamaña boca abierta,
y también junto a la puerta
sobre un mastín se cayó;
el cual la desconoció,
pues, en ancas del porrazo,
de un mordiscón un pedazo
de las nalgas le arrancó.

Alzaron luego en seguida
al niño Angel desmayao,
al patrón descuadrillao,
y a la señora mordida;
y de ahí principió la vida
delincuente de Luisito;
añadiendo a su delito
que esa noche se juyó
y a su hermano le robó
el poncho y un puñalito.

Ahora, ocho años pasarán
desde que Luis se juyó
hasta el tiempo en que ocurrió
lo que ustedes no sabrán;
y aún cuando no inorarán
lo primero que refiera,
en lo que sigue pudiera
que no se hallen al corriente,
pues de entonces al presente
van treinta años como quiera.


XIII
La indiada - El malón - El adivino - Los pichigotones - Las reparticiones - Las cautivas

Siempre al ponerse en camino
a dar un malón 46 la Indiada
se junta a la madrugada
al redor de su adivino 47 ;
quien el más feliz destino
a todos les asigura,
y los anima y apura
a que marchen persuadidos
de que no serán vencidos
y harán la buena ventura.

Pero, al invadir la Indiada
se siente, porque a la fija 48
del campo la sabandija
juye adelante asustada,
y envueltos en la manguiada 49
vienen perros cimarrones, 50 ,
zorros, avestruces, liones,
gamas, liebres y venaos,
y cruzan atribulaos
por entre las poblaciones.

Entonces los ovejeros
coliando 51 bravos torean 52 ,
y también revoletean
gritando los teruteros 53 ;
pero, eso sí, los primeros
que anuncian la novedá
con toda siguridá,
cuando los indios avanzan,
son los chajases que lanzan
volando: ¡chajá! ¡chajá!

Y atrás de esas madrigueras
que los salvajes espantan,
campo ajuera se levantan,
como nubes, polvaderas
preñadas todas enteras
de Pampas 54 desmelenaos,
que al trote largo apuraos,
sobre sus potros tendidos,
cargan pegando alaridos,
y en media luna formaos.

Desnudos de cuerpo entero
traen sólo encima del lomo
prendidos, o no sé cómo,
sus quillapices 55 de cuero
y unas tiras de plumero
por las canillas y brazos;
de ahí grandes cascabelazos
del caballo en la testera;
y se pintan de manera
que horrorizan de fierazos 56 .

Y como ecos del infierno
suenan roncas y confusas,
entre un enjambre de chuzas,
rudas trompetas de cuerno;
y luego atrás en lo externo,
del arco que hace la Indiada,
viene la mancarronada 57
cargando la toldería,
y también la chinería 58
hasta de a tres enancada.

Ansí es que cuando pelean
con los cristianos, que acaso
en el primer cañonazo
tres o cuatro Indios voltean,
en cuanto remolinean
juyen como exhalaciones;
y, al ruido de los latones 59 ,
las chinas al disparar
empiezan luego a tirar
al suelo pichigotones 60 .

Pero, cuando vencedores
salen ellos de la empresa,
los pueblos hechos pavesa
dejan entre otros horrores;
y no entienden de clamores,
porque ciegos atropellan,
y así forzan 61 y degüellan
niños, ancianos y mozos;
pues como tigres rabiosos
en ferocidá descuellan.

De ahí, borrachos, en contiendas
entran los más mocetones
para las reparticiones
de las cautivas y prendas;
y por fin con las haciendas
de todo el pago se arrean;
y, cuando rasas humean
las casas de los cristianos,
los Indios pampas ufanos
para el disierto trotean...

Sin dejar vieja con vida;
pero de las cotorronas 62 ,
mocitas y muchachonas
hacen completa barrida;
y luego a la repartida
ningún cacique atropella;
y a la más linda doncella
aparta y la sirve en todo,
hasta que luego, a su modo,
también se casa con ella.

Y, desdichada mujer
la que después de casada
comete alguna falsiada 63
que el Indio llegue a saber,
porque con ella ha de hacer
herejías, de manera
que a la hembra mejor le fuera
caer en las garras de un moro
o entre las aspas de un toro
que con un Indio cualquiera.

En fin, a la retirada
nunca salen reunidos,
sino en trozos extendidos
por la campaña asolada;
y, en toda la atravesada,
mamaos 64 atrás van llorando
los que cautiva faltando,
es decir, los que no tienen
mujer, desgracia que vienen
con la tranca 65 lamentando.

Y hay cautiva que ha vivido
quince años entre la Indiada,
de donde al fin escapada
con un hijo se ha venido,
el cual, después de crecido,
de que era indio se acordó
y a los suyos se largó;
y vino otra vez con ellos,
y en uno de esos degüellos
a su madre libertó.

Como ha habido desgraciada
que, escapada del disierto,
sus propios hijos la han muerto
después de una avanzada,
por hallarla avejentada 66
o haberla desconocido;
y otros casos han habido
que luego referiré;
y antes de eso pitaré
porque estoy medio rendido.

martes, 10 de noviembre de 2009

Pa'l que no le gusta leer la Pelicula Martin Fierro

¡Que mejor pa recordar el 10 de Noviembre Día de la Tradición que ver esta película! .
Primera parte:



Segunda Parte:


Martín Fierro película Argentina de 1968 Dirección: Leopoldo Torre Nilsson Alfredo Alcon hace el papel de Martín Fierro con gran elenco. Nos da un Pantallazo de cómo vivía el Gaucho, el abuso que hubo sobre su persona, y muchas de las peripecias que paso, después de todo el Libro Martín Fierro es un Libro de denuncia, de Queja. La he dividido en partes Guión: Leopoldo Torre Nilsson, Ulyses Petit de Murat, Beatriz Guido, Edmundo Eichelbaum, Luis Pico Estrada y Héctor Grossi según el poema homónimo de José Hernández Mas detalles sobre la pelicula: http://www.cinenacional.com/peliculas/index.php?pelicula=1254 Libro del Martín Fierro: http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/gauchesca/la_ida/la_ida00indice.htm

Bajar libro

Origen del Dia de la Tradición
El Día de la Tradición se celebra el 10 de noviembre, día que nació el escritor José Hernández, defensor del arquetípico gaucho y autor del inmortal “Martín Fierro”, obra cumbre de la literatura gauchesca; fecha establecida por ley promulgada el 18 de agosto de 1939.-

Su origen se remonta el 28 de Marzo de 1928 cuando se funda la Agrupación llamada BASES, en homenaje al Dr. Juan Bautista Alberdi, “con la intención de contribución al enriquecimiento del intelecto para sobreponerse al materialismo de la época”.

Es ésta, quien el 6 de Junio de 1938 presidida por el Sr. Aurelio Amoedo, quien presenta ante el Honorable Senado de la Nación la nota correspondiente pidiendo que se declare el 10 de Noviembre como “Día de la Tradición”. Tomando este día por el natalicio de José Hernández. La aprobación ante la Cámara de Senadores y Diputados fue unánime, declarada bajo la ley Nº 4756 / 39.
La referida ley se originó en el Honorable Senado y fueron sus autores D. Edgardo J. Míguenz y D. Atilio Roncoroni.

Por esta razón es que en el año 1975 se promulga la ley Nº 21154, quien pone en vigencia a nivel Nacional, nuestro "Día de la Tradición"; declarándose también por razónes obvias, a la Ciudad de San Martín como “Ciudad de la tradición”. Considerándola como la cuna de la tradición.

La palabra Tradición deriva del Latín tradere y quiere decir donación o legado. Es lo que identifica a un pueblo y lo diferencia de los demás, es algo propio y profundo, siendo un conjunto de costumbres que se transmiten de padres a hijos. Cada generación recibe el legado de las que la anteceden y colabora aportando lo suyo para las futuras. Así es que la tradición de una nación constituye su cultura popular y se forja de las costumbres de cada región.-


Síntesis de la vida de Jose Hernandez



Hijo de don Rafael Hernández y de doña Isabel Pueyrredón, José Hernández nació el 10 de noviembre de 1834 en la chacra de su tío, Don Juan Martín de Pueyrredón, antiguo Caserío de Pedriel, hoy convertida en el Museo José Hernández (Partido de San Martín).
Este argentino nativo expresó diferentes talentos a lo largo de su vida: fue poeta, periodista, orador, comerciante, contador, taquígrafo, estanciero, soldado y político.
Comenzó a leer y escribir a los cuatro años y luego asistió al colegio de don Pedro Sánchez.
En 1843, cuando su madre falleció, su padre, que era capataz en la estancias de Rosas, lo llevó a vivir al campo por recomendación médica, ya que, a pesar de su juventud, se encontraba enfermo.
En el entorno campestre, José Hernández tomó contacto con gauchos e indios. Debido a su proximidad con ellos, tuvo la oportunidad de conocer sus costumbres, su mentalidad, su lenguaje y su cultura. Aprendió a quererlos, a admirarlos, a comprenderlos, y también, a entender sus dificultades en la vida cotidiana.
En marzo de 1857, poco después de fallecer su padre –quien fue fulminado por un rayo-, se instaló en la ciudad de Paraná. Allí, el 8 de junio de 1859, contrajo matrimonio con Carolina González del Solar. Tuvieron siete hijos.
Inició su labor periodística en el diario "El Nacional Argentino", con una serie de artículos en los que condenaba el asesinato de Vicente Peñaloza. En 1863 estos artículos fueron publicados como libro bajo el título "Rasgos biográficos del general Ángel Peñaloza".
En el orden legislativo se desempeñó como diputado, y luego, como senador de la provincia de Buenos Aires. Tomó parte activa con Dardo Rocha en la fundación de La Plata y, siendo presidente de la Cámara de Diputados, defendió el proyecto de federalización por el que Buenos Aires pasó a ser la capital del país.
En 1869 fundó el diario "El Río de la Plata", en cuyas columnas defendió a los gauchos y denunció los abusos cometidos por las autoridades de la campaña. También fundó el diario "El Eco" de Corrientes, cuyas instalaciones fueron destruidas por adversarios políticos. Colaboró además en los periódicos "La Reforma Pacífica", órgano del Partido Reformista, "El Argentino", de Paraná y "La Patria", de Montevideo.
En el orden militar actuó en San Gregorio, en El Tala e intervino en las batallas de Pavón y de Cepeda. Luchó además junto a López Jordán en Entre Ríos.
Debido a los continuos enfrentamientos civiles durante los años '50 y '60, se vio obligado a viajar y trasladó su residencia a menudo. Vivió en Brasil, en las provincias de Entre Ríos y Rosario de Argentina y en Montevideo (Uruguay). En 1870, al fracasar una revolución, tuvo que volver a Brasil. Dos años después, gracias a una amnistía que paró la violencia, pudo volver al país.
El 28 de noviembre de 1872, el diario "La República" anunció la salida de "El Gaucho Martín Fierro" y, en diciembre, lo editó la imprenta La Pampa.
Este poema de género gauchesco se convirtió en la pieza literaria del más genuino folclore argentino y fue traducido a numerosos idiomas.
El libro es considerado la culminación de la llamada "literatura gauchesca" y es una de las grandes obras de la literatura argentina. En él, Hernández rinde homenaje al gaucho, quien aparece en su ser, en su drama cotidiano, en su desamparo, en sus vicisitudes y con sus bravuras.
Su inesperado éxito entre los habitantes de la campaña lo llevó en 1879 a continuarlo con "La vuelta de Martín Fierro", edición ilustrada por Carlos Clérice.
En 1881, publicó su obra "Instrucción del Estanciero". El 21 de octubre de 1886 murió en su quinta de Belgrano. Sus últimas palabras fueron: "Buenos Aires... Buenos Aires...".

Fuente: http://www.me.gov.ar/efeme/tradicion/index.html