Nació en Buenos Aires, Argentina, el 24 de agosto de 1899. Recibió sus primeras lecciones a través de su madre y de una institutriz inglesa, siendo la lengua anglosajona, desde sus primeros años, tan vital para él como la castellana. En ambas lenguas aprendió a leer, lo que se convirtió en una pasión sin fin y lo destinó a un ejercicio literario constante, dedicado a mistificar memorias del pasado literario de la humanidad.Al centralizar el enfoque fotográfico en el acto de leer los rostros, se libera una literatura exterior donde se advierte, sobre todo, el paso del tiempo, que soslaya delicadamente la iconografía de una vida. A partir de esta noción del lector de una foto, toda una nueva poética puede edificarse. En el rostro de Borges hemos encontrado una salida para sus múltiples negaciones, una respuesta a su aislamiento y soledad, un ámbito para comulgar con él.
El verdadero Borges nunca se encontró en las fotografías, sino inicialmente en los espejos, con los cuales tuvo malos entendidos. El fotógrafo no es el autor de la imagen, sino el lector. Todo observador de estos rostros es, en lo que cree descubrir, el autor.
Nunca nadie le pidió permiso, desde que perdió la vista, para retratarlo.
Se había olvidado de sí mismo, sin pena ni gloria, sin importarle. La palabra “fotografía” adquirió la connotación suprema de su existencia: el olvido de sí mismo. En esta intuición se funda una nueva poética de la lectura de las imágenes fotográficas de un rostro, resumidas en expresiones de más de 80 años de existencia humana: decantadas, solemnes, fatigadas, altivas y dignamente llevadas como un todo acorde con la meditación deliberada que fue la luz de los fondos y espejos memoriales de Borges.
El reconocimiento de esta poética fotográfica debió esperar más de 30 años para ser publicada. Borges en mí es una examinada intencionalidad, necesaria y seria, como prueba de la ausencia física en el espacio intelectual, donde nos sumergimos en la contemplación espiritual y humana de Borges.
Nunca faltarán quienes lean a Borges con profundidad en días venideros y codifiquen intuiciones críticas en sus libros y estudios. Como no se reconoce límite entre el género visual de la fotografía y el lector en la atmósfera privada de su lectura, se transportan otros métodos de ficción al carácter en cada línea de su rostro.
Siempre es difícil acercarse a una obra tan importante, compleja y discutida como la de Borges. Ese es el precio de su creación, originalidad y honda innovación en conceptos, temas y sensibilidad estética. Su rostro no era una mirada, sino el entendimiento íntimo del ser consigo mismo, transitado por laberintos de universos que solo Borges podía ver.
Toda una claridad magnífica detuvo el tiempo en un sueño que se prolonga, en este caso con Borges en mí. Nuestro sueño es también dirigido y deliberado, un breve discurso de pensamientos estéticos.
El lenguaje fue en Borges su tradición. Hoy, su rostro contiene miles de libros, casi toda la historia de la literatura universal.
Con Borges inventamos una foto oral, en el cuarto oscuro con sus palabras sobre Hawthorne: “Su muerte fue tranquila y fue misteriosa, pues ocurrió en el sueño. Nada nos veda imaginar que murió soñando y hasta podemos inventar la última de una serie infinita y de qué manera la coronó o la borró la muerte.”
Muerto Borges, los escritores que han quedado con vida heredaron su manera de soñar. Jorge Luis Borges falleció en Ginebra, capital de Suiza, el 14 de junio de 1986, a la edad de casi 87 años.
