martes, 17 de noviembre de 2009

Un dia 17 de Noviembre de 1875 Fallecia Hilario Ascasubi poeta Gauchesco




HILARIO ASCASUBI
(1807 - 1875)

ACLARACIÓN EL SANTOS VEGA CITADO AQUI NO TIENE NADA QUE VER CON EL PAYADOR DE LA NOVELA DE RAFAEL OBLIGADO.

Hilario Aucasubi nació el 14 de enero de 1807. Cuando adolescente, se embarcó como grumete, y, al ser apresado el navío en que se dirigía a la Guayana Francesa, fue llevado a Lisboa, de donde consiguió fugarse. Viajó luego por Europa y EE.UU. En 1823, en Salta el gobierno le cedió la famosa imprenta que había pertenecido a los jesuitas. Editó la Revista de Salta, con José Arenales, donde publicó su Canto a la victoria de Ayacucho. Apasionado por la tormentosa política de su tiempo, se enroló como soldado de Güemes, luego bajo las órdenes de Paz, con Lavalle fue adversario de Rosas, tuvo que huir a Montevideo. Allí, con su peculio de comerciante, costeó la expedición de Lavalle. De regreso en Buenos Aires, durante la presidencia de Mitre, fue encargado de misiones oficiales en París, ciudad en la que residió casi hasta el fin de su vida.



Se inició como escritor gauchesco con los Diálogos de Jacinto Amores y Simón Peñalva, en 1833. Más tarde dirigió los periódicos El gaucho en campaña y El gaucho Jacinto Cielo. Durante su permanencia en París, en 1872, revisó y agrupó su dispersa producción en tres tomos: Paulino Lucero o los gauchos del Río de la Plata, cantando o combatiendo contra los tiranos de la República Argentina y Oriental del Uruguay, integrado por punzantes cielitos, romances, medias cañas, redondillas y décimas, referidos a los episodios del sitio de Montevideo, compuestos entre 1839 y 1851; Aniceto el Gallo, extractado del periódico del mismo título publicado en Buenos Aires en 1854, y completó el tercero, Santos Vega o Los mellizos de la flor, iniciado en Montevideo en 1850. En este poema, obra más completa y mejor organizada, se aparta de la figura del legendario personaje de la poesía de combate y logra profundidad y firmeza. Aunque excesivamente extenso -consta de más de 12.000 versos-, está logrado con acierto el cuadro físico y social de fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Ascasubi es poeta de imaginación clara y esencialmente visual, que alcanza momentos notables en algunos pasajes descriptivos y que, retomando la versificación de Bartolomé Hidalgo y otros precursores, da auténtica jerarquía artística a la literatura gauchesca. Falleció el 17 de noviembre de 1875.

Obras

El gaucho Jacinto Cielo (1843)

Paulino Lucero (1846)

Aniceto el Gallo (1853)

Santos Vega o los mellizos de la Flor (1851)

Obras completas (1872, 3 volúmenes recopilados por el autor)
Fuente: http://www.los-poetas.com/c/biohila.htm




Santos Vega / 1872
(Selección)

Hilario Ascasubi (1807-1875)
Fuente: Santos Vega o los Mellizos de la Flor. Rasgos dramáticos de la vida del gaucho en las campañas y praderas de la República Argentina (1778-1808)
París, Imprenta Paul Dupont, 1872.



SANTOS VEGA EL PAYADOR


Al Sr. D. Jorge Atucha:
A Vd., mi compatriota, mi contemporáneo y amigo de los los años juveniles, desde que fue intachable patriota argentino, sin transigir nunca con los tiranos del país ni con los esbirros del sanguinario Rosas, exponiendo su vida y su fortuna por salvar a muchos de los que ellos ferozmente persiguieron;
A Vd., que tanto ha contribuido a embellecer la ciudad de Buenos Aires alzando espléndidos edificios, y a poblar con vastos establecimientos de campaña nuestras dilatadas pampas, siendo el generoso protector de los paisanos que le labran sus tierras y apacentan sus numerosos rebaños;
A Vd., mi consolador después de los sinsabores e infortunios que pasé en el tremendo sitio de París, y durante los luctuosos días que siguieron en Buenos Aires a la mortífera epidemia, cuando me repuse en su albergue y su compañía;
A Vd., que sabrá apreciar cuanto, a mi regreso otra vez a París, me habrá distraído y aliviado en algo las horas de quebranto el ocuparme en dar término a mi poema de Los Mellizos;
A Vd., el sagaz conocedor de nuestra campaña como del carácter y costumbres de los gauchos argentinos;
A Vd., pues, que sabe comprender y podrá disimular los defectos de una obra escrita con ánimo conturbado y tan lejos de nuestras praderas queridas y sus característicos habitantes, a usted dedico este libro, rogándole se sirva aceptarlo, con mi ardiente deseo de que le sea agradable su lectura o lo distraiga al menos en los padeceres de su salud quebrantada, y le anime el recuerdo de este su antiguo y reconocido compatriota y amigo,
Hilario Ascasubi.
París, 2 de agosto 1872.




AL LECTOR
París no es para todos los hombres el paraíso de la tierra; no lo creáis así, aun cuando lo repitan sin cansarse aquellos que en París han vivido y saboreado los encantos de una vida activa, donde los placeres del espíritu disputan las horas, que aquí son cortas, a los placeres del sensualismo que trasmite y absorbe las impresiones del ser humano.
No; el paraíso de cada hombre está en la tierra natal; y si ella le falta, y si ella está lejos, ese paraíso lo encuentra en los recuerdos de esta tierra querida y tan sólo en aquellas horas de profunda reconcentración en que el espíritu viaja, atraviesa los mares, recuenta los tiempos, los hombres y las cosas, y por el sentimiento del amor más puro vive en una idealidad que no es dable describir; pero que es siente, que existe para cada hombre, y que sólo puede nacer del amor a la tierra patria. Yo he sentido esas horas.
Este libro que para muchos será sólo el eco de los cantos del Gaucho, y que para otros será una violación de las reglas literarias de su lenguaje, y que para no pocos, lo espero, será el pasatiempo de horas monótonas, este libro ha crecido y se ha formado en esas horas de sublime reconcentración que el espíritu no halla en París; si es que París es el sinónimo del paraíso; pero que las encuentra en el recuerdo de todo lo que significa esa bella palabra: la Patria.
Viejo ya, fatigado mi espíritu por golpes morales, llevado a pesar mío hacia una vida cuasi sedentaria, tal vez no hubiera resistido a la pesadumbre, si no hubiera sentido reanimarme mi vejez al deseo de completar en el último tercio de mi vida, una obra comenzada hace veinte años, y que ha sido desde entonces como el lazo de unión de todos mis recuerdos.
¿Es que la vejez, al consagrarme a ella, sentía también como si el aire de mi juventud y de mis bellos días se infiltraran en mi ser para alimentarle?
Santos Vega o los Mellizos de la Flor; que tal es el nombre que le he dado al libro, que forma el primer volumen de mis obras, fue comenzado en el año de 1850, no habiendo en aquella época de vicisitudes, tenido tiempo para hacer otra cosa que las dos entregas publicadas en 1851, las que constaban sólo de diez cuadros con mil ochenta versos, mientras que hoy el volumen o sea el poema entero consta de sesenta y cinco cuadros y más de trece mil versos.
Entonces, a pesar de los muy honorables y lisonjeros artículos con que fueron aplaudidas mis composiciones por jueces muy competentes, cuyos juicios críticos se hallan en el prólogo de este volumen, entonces, repito, no me envanecí ni pensé que mis pobres producciones merecieran todos esos elogios.
Mis versos nacen de mi espíritu, cuyo consorcio ha sido siempre la naturaleza de esas pampas sin fin, la índole de sus habitantes, sus paisajes especiales que se han fotografiado en mi mente por la observación que me domina.
Mi ideal y mi tipo favorito es el gaucho, más o menos como fue antes de perder mucho de su faz primitiva por el contacto con las ciudades y tal cual hoy se encuentra en algunos rincones de nuestro país argentino.
Ese tipo es más desconocido actualmente de lo que en generalidad puede creerse, pues no considero que sean muchos los hombres que han podido establecer comparación sobre cuánto ha cambiado el carácter del habitante de nuestra campaña, por su incesante participación en las guerras civiles, y por la constante invasión en sus moradas de los hábitos y tendencias de la vida peculiar de las ciudades.
El canevas o red de los Mellizos de la Flor, es un tema favorito de los gauchos argentinos, es la historia de un malevo capaz de cometer todos los crímenes, y que dio mucho que hacer a la justicia. Al referir sus hechos y su vida criminal por medio del payador Santos Vega, especie de mito de los paisanos que también he querido consagrar, se une felizmente la oportunidad de bosquejar la vida íntima de la Estancia y de sus habitantes y describir también las costumbres más peculiares a la campaña, con alguno que otro rasgo de la vida de la ciudad.
En esta mi historia, poema o cuento, como se le quiera llamar, los indios tienen más de una vez una parte prominente, porque, a mi juicio, no retrataría al habitante legítimo de las campañas y praderas argentinas el que olvidara al primer enemigo y constante zozobra del gaucho.
Por último, como creo no equivocarme al pensar que es difícil hallar índole mejor que la de los paisanos de nuestra campaña, he buscado siempre el hacer resaltar, junto a las malas cualidades y tendencias del malevo, las buenas condiciones que adornan por lo general al carácter del gaucho.
No tengo pretensiones de ningún género al presentar este libro. Amo a mis versos como se ama a los hijos que consuelan en las horas de pesar; y si de joven, cuando los publiqué como arma de guerra contra los opresores de la Patria, pude tener la vanidad de creer que fueron de alguna utilidad a ese objeto, hoy que marcho al ocaso de mis días, los miro sólo como el conjunto de mis recuerdos juveniles y queridos; y, aunque me cuesta decirlo, al imprimirlos coleccionados, busco también en ellos, un solaz a mi espíritu contristado.
Preceden a estas mis advertencias, puestos por el editor de mis obras, los honrosos artículos que a mis versos les han consagrado personas muy ilustradas en las letras, cuyos elogios me enaltecen demasiado. Esos apreciables juicios constituyen mi única vanidad y constituirán siempre, es mi creencia, el mejor legado de lo que llamo yo mi vida literaria.
Hilario Ascasubi




I
La tapera 1 - Santos Vega el Payador 2 - Rufo el Curandero - El solazo - El miraje - El Rabicano

Cuando era al sur cosa extraña,
por ahi junto a la laguna
que llaman de la Espadaña,
poder encontrar alguna
pulpería de campaña:

Como caso sucedido
y muy cierto de una vez 3
cuenta un flaire 4 cordobés
en un proceso imprimido,
que, el día de San Andrés,

Casualmente se toparon,
al llegar a una tapera,
dos paisanos, que se apiaron 5
juntos, y desensillaron
a la sombra de una higuera.

Porque un sol abrasador
a esa hora se desplomaba,
tal que la hacienda 6 bramaba
y juyendo del calor
entre un fachinal 7 estaba.

Ansí, la Pampa 8 y el monte
a la hora del mediodía
un disierto parecía,
pues de uno al otro horizonte
ni un pajarito se vía.

Pues tan quemante era el viento
que del naciente soplaba,
que al pasto verde tostaba;
y en aquel mesmo momento
la higuera se deshojaba.

Y una ilusión singular
de los vapores nacía;
pues, talmente, parecía
la inmensa llanura un mar
que haciendo olas se mecía.

Y en aquella inundación
ilusoria, se miraban
los árboles que boyaban,
allá medio en confusión
con las lomas que asomaban.

Allí, pues, los dos paisanos
por primera vez se vieron;
y ansí que se conocieron,
después de darse las manos,
uno al otro se ofrecieron.

El más viejo se llamaba
Santos Vega el payador,
gaucho 9 el más concertador,
que en ese tiempo privaba
de escrebido y de letor 10 ;

El cual iba pelo a pelo 11
en un potrillo bragao,
flete 12 lindo como un dao 13
que apenas pisaba el suelo
de livianito y delgao.

El otro era un Santiagueño
llamado Rufo Tolosa,
casado con una moza
de las cáidas del Taqueño 14 ,
muy cantera y muy donosa.

Rufo ese día montaba
un redomón 15 entrerriano,
muy coludo el rabicano 16 ,
y del cabestro llevaba
otro rosillo orejano 17 .

Ello es que allí se juntaron
de pura casualidá,
pero, muy de voluntá,
lo que medio se trataron,
hicieron una amistá.

Conviniendo en que se apiaban
por la calor apuraos,
y en que traiban 18 fatigaos
los pingos 19 como que estaban
enteramente sudaos;

Ansí es que desensillaron,
y, a fin que no se asoliasen
los fletes y se pasmasen,
a la sombra los ataron
para que se refescasen.

Luego, al rasparle 20 el sudor
Santos Vega a su bragao,
reparó que a su costao
estaba en el maniador 21
el rubicano enredao.

Y al dir a desenredarlo,
cuando la marca 22 le vio,
tan fiero se sosprendió,
que sin poder ocultarlo
ahí mesmo se santiguó.

Tolosa luego también
se asustó de Vega al verlo
triste, y por entretenerlo,
haciéndose como quien
suponía conocerlo:

-¿No es usté el amigo Ortega?
Tolosa le preguntó;
y el viejo, ansí que le oyó:
-No, amigo; soy Santos Vega
su servidor, respondió.

A esta oferta el Santiagueño
se quitó el sombrero atento,
y con todo acatamiento
se le ofreció con empeño
a servirlo al pensamiento.

Tal merece un payador
mentao 23 como Santos Vega,
que, a cualquier pago 24 que llega
el parejero 25 mejor
gaucho ninguno le niega.

De ahí Rufo picó tabaco
y dos cigarros armó;
que en apuros se encontró
para armarlos, porque el naco 26
medio apenas le alcanzó.

Largóle a Vega el primero,
y, a los avíos 27 lueguito
echando mano, ahí mesmito
sacó fuego en el yesquero
con un solo golpecito.

El viejo, inmediatamente
que su cigarro encendió,
a Tolosa le largó
un chifle 28 con aguardiente,
y Rufo se le afirmó.

Luego, los dos a pitar
frenfe a frente se sentaron;
y, lo que se acomodaron
al ponerse a platicar,
de lo siguiente trataron.

X
La madrugada - La ramada - El sol naciente - Los gauchos recogedores - El rodeo - El venteveo - El chimango

Como no era dormilona,
antes del alba siguiente,
bien peinada y diligente
se hallaba Juana Petrona,
cuando ya lucidamente

Venía clariando al cielo
la luz de la madrugada,
y las gallinas al vuelo
se dejaban cair al suelo
de encima de la ramada.

Al tiempo que la naciente
rosada aurora del día,
ansí que su luz subía,
la noche oscura al poniente
tenebroso descendía.

Y como antorcha lejana
de brillante reverbero,
alumbrando al campo entero
nacía con la mañana
brillantísimo el lucero.

Viento blandito del norte
por San Borombón cruzaba
sahumado, porque llegaba
de Buenos Aires, la corte
que entredormida dejaba.

Ya también las golondrinas,
los cardenales y horneros
calandrias y carpinteros,
cotorras y becasinas
y mil loros barranqueros;

Los más alborotadores
de aquella inmensa bandada
en la Espadaña rociada
festejaban los albores
de la nueva madrugada;

Y cantando sin cesar
todo el pago alborotaban,
mientras los gansos nadaban
con su grupo singular
de gansitos que cargaban.

Flores de suave fragancia
toda la pampa brotaba,
al tiempo que coronaba
los montes a la distancia
un resplandor que encantaba;

Luz brillante que allí asoma,
el sol antes de nacer;
y entonces da gozo el ver
los gauchos sobre la loma
al campiar y recoger 29 ;

Y se vían alegrones
por varios rumbos cantando,
y sus caballos saltando
fogosos los albardones,
al galope y escarciando;

Y entre los recogedores
también sus perros se veían,
que retozando corrían
festivos y ladradores,
que a las vacas aturdían.

Y embelesaba el ganao 30
lerdiando 31 para el rodeo,
como era un lindo recreo
ver sobre un toro plantao
dir cantando un venteveo 32 ;

En cuyo canto la fiera
parece que se gozara,
porque las orejas para
mansita, cual si quisiera
que el ave no se asustara.

Ansí, a la orilla del fango
del bañado, la más blanca
y cosquillosa potranca 33
ni mosquea si un chimango 34
se le deja cair en la anca.

Solos, pues, sin albedrío,
estaban las ovejeros
cuidando de los chiqueros,
mientras se alzaba el rocío
para largar los corderos 35 .

Después, en San Borombón
todo a esa hora embelesaba,
hasta el aire que zumbaba,
al salir del cañadón
la bandada que volaba;

Y la sombra que de aquella
sobre el pastisal refleja,
tan rápida que asemeja
un relámpago o centella,
y velozmente se aleja.

Y los potros relinchaban
entre las yeguas mezclaos;
y allá lejos enzelaos 36
los baguales 37 contestaban
todos desasosegaos.

Ansí los ñacurutuces 38
con cara fiera miraban
que esponjados gambetiaban,
juyendo los avestruces,
que los perros acosaban,

Al concluir la recogida,
cuando entran a corretiarlos;
y que al tiempo de alcanzarlos,
aquellos de una tendida
se divierten en cociarlos 39 .

Y de ahí, los perros trotiando
con tanta lengua estirada
se vienen a la carniada 40 ,
y allí se tienden jadiando
con la cabeza ladiada;

Para que las criaturas
que andan por allí al redor,
o algún mozo carniador,
les larguen unas achuras 41
que es bocado de mi flor.

Tal fue por San Borombón
la madrugada del día
en que el payador debía
hacer la continuación
del cuento aquel que sabía.

XII
Los Mellizos - El niño perverso – El mordiscón – El descuadrillado – La fuga

Un tal Bruno Salvador
porteñazo lenguaraz 42 ,
eres entonces capataz
de la Estancia de la Flor.
Por mozo trabajador
don Faustino lo quería,
y a boca llena decía
que Bruno era sin igual,
honrao a carta cabal
y terne 43 si se ofrecía.

Bruno era recién casao
con una rubia preciosa;
ansí quería a su esposa
con un cariño extremao;
pero fue tan desgraciao
que al primer año enviudó,
pues la moza se murió
en un parto de mellizos,
tan grandes y tan rollizos
que al parirlos sucumbió.

Esa fatal desventura
a Salvador en seguida
también le costó la vida,
y lo echó a la sepultura.
Luego, llenos de tristura
doña Estrella y el patrón,
movidos de compasión
por la yunta de guachitos 44 ,
tomaron los mellicitos
bajo de su protección

Allí en la Estancia se criaron
con Angelito a la vez,
muchos días los tres
de un mesmo pecho mamaron;
y al instante que asomaron
(como quien dice) la espuela
de gallitos, a la escuela
allí se les destinó,
donde cada uno empezó
a demostrar su entretela;

O aquella disposición;
con que a poco de nacer,
da un muchacho a conocer
su buen o mal corazón.
Así, desde charabón 45 ,
el mellizo más flauchin
descubrió un alma tan ruin,
y perversa de tal modo,
que con buena crianza y todo
salió un saltiador al fin.

Este se llamaba Luis,
y el otro hermano Jacinto,
criatura de un instinto
humilde como perdiz;
así, a ser hombre feliz
trabajando consiguió,
porque el patrón lo estimó
y doña Estrella también,
y el patroncito con quien
como hermano se trató.

Pero Luis, un cuchillero
fue a los siete años no más,
y mal pegador de atrás,
vengativo y camorrero;
y era su gusto a un cordero,
todavía mamoncito,
enlazarle y maniadito
echarlo vivo al fogón;
y en verlo hacer chicharrón
se gozaba el muchachito.

Una tarde, a un pobre ciego
limosnero lo llevó
y por gusto lo sentó
sobre unas brasas de fuego;
y otra ocasión a un Gallego,
que le enseñó la dotrina,
le trujo de la cocina
un cimarrón de humorada
con la bombilla caldiada,
y le quemó la bocina.

Yo no he visto travesuras
como las de ese maldito,
pues cuasi mató a Angelito
en una de sus diabluras,
llevándolo medio a oscuras
a un galpón, sin más asunto
que darle un susto por junto.
Ansí, en cuanto lo metió,
sobre un borracho lo echó,
diciéndole: "¡Es un difunto!"

Tan espantoso alarido
de susto el niño pegó,
que al grito el padre salió
corriendo y despavorido.
Entonces Luis, aturdido,
quiso juirle, y tropezó;
de manera que rodó
a los pies de don Faustino,
que encima del guacho vino
y medio se desnucó.

Doña Estrella, cuasi muerta
de susto del alarido,
corrió atrás de su marido,
con tamaña boca abierta,
y también junto a la puerta
sobre un mastín se cayó;
el cual la desconoció,
pues, en ancas del porrazo,
de un mordiscón un pedazo
de las nalgas le arrancó.

Alzaron luego en seguida
al niño Angel desmayao,
al patrón descuadrillao,
y a la señora mordida;
y de ahí principió la vida
delincuente de Luisito;
añadiendo a su delito
que esa noche se juyó
y a su hermano le robó
el poncho y un puñalito.

Ahora, ocho años pasarán
desde que Luis se juyó
hasta el tiempo en que ocurrió
lo que ustedes no sabrán;
y aún cuando no inorarán
lo primero que refiera,
en lo que sigue pudiera
que no se hallen al corriente,
pues de entonces al presente
van treinta años como quiera.


XIII
La indiada - El malón - El adivino - Los pichigotones - Las reparticiones - Las cautivas

Siempre al ponerse en camino
a dar un malón 46 la Indiada
se junta a la madrugada
al redor de su adivino 47 ;
quien el más feliz destino
a todos les asigura,
y los anima y apura
a que marchen persuadidos
de que no serán vencidos
y harán la buena ventura.

Pero, al invadir la Indiada
se siente, porque a la fija 48
del campo la sabandija
juye adelante asustada,
y envueltos en la manguiada 49
vienen perros cimarrones, 50 ,
zorros, avestruces, liones,
gamas, liebres y venaos,
y cruzan atribulaos
por entre las poblaciones.

Entonces los ovejeros
coliando 51 bravos torean 52 ,
y también revoletean
gritando los teruteros 53 ;
pero, eso sí, los primeros
que anuncian la novedá
con toda siguridá,
cuando los indios avanzan,
son los chajases que lanzan
volando: ¡chajá! ¡chajá!

Y atrás de esas madrigueras
que los salvajes espantan,
campo ajuera se levantan,
como nubes, polvaderas
preñadas todas enteras
de Pampas 54 desmelenaos,
que al trote largo apuraos,
sobre sus potros tendidos,
cargan pegando alaridos,
y en media luna formaos.

Desnudos de cuerpo entero
traen sólo encima del lomo
prendidos, o no sé cómo,
sus quillapices 55 de cuero
y unas tiras de plumero
por las canillas y brazos;
de ahí grandes cascabelazos
del caballo en la testera;
y se pintan de manera
que horrorizan de fierazos 56 .

Y como ecos del infierno
suenan roncas y confusas,
entre un enjambre de chuzas,
rudas trompetas de cuerno;
y luego atrás en lo externo,
del arco que hace la Indiada,
viene la mancarronada 57
cargando la toldería,
y también la chinería 58
hasta de a tres enancada.

Ansí es que cuando pelean
con los cristianos, que acaso
en el primer cañonazo
tres o cuatro Indios voltean,
en cuanto remolinean
juyen como exhalaciones;
y, al ruido de los latones 59 ,
las chinas al disparar
empiezan luego a tirar
al suelo pichigotones 60 .

Pero, cuando vencedores
salen ellos de la empresa,
los pueblos hechos pavesa
dejan entre otros horrores;
y no entienden de clamores,
porque ciegos atropellan,
y así forzan 61 y degüellan
niños, ancianos y mozos;
pues como tigres rabiosos
en ferocidá descuellan.

De ahí, borrachos, en contiendas
entran los más mocetones
para las reparticiones
de las cautivas y prendas;
y por fin con las haciendas
de todo el pago se arrean;
y, cuando rasas humean
las casas de los cristianos,
los Indios pampas ufanos
para el disierto trotean...

Sin dejar vieja con vida;
pero de las cotorronas 62 ,
mocitas y muchachonas
hacen completa barrida;
y luego a la repartida
ningún cacique atropella;
y a la más linda doncella
aparta y la sirve en todo,
hasta que luego, a su modo,
también se casa con ella.

Y, desdichada mujer
la que después de casada
comete alguna falsiada 63
que el Indio llegue a saber,
porque con ella ha de hacer
herejías, de manera
que a la hembra mejor le fuera
caer en las garras de un moro
o entre las aspas de un toro
que con un Indio cualquiera.

En fin, a la retirada
nunca salen reunidos,
sino en trozos extendidos
por la campaña asolada;
y, en toda la atravesada,
mamaos 64 atrás van llorando
los que cautiva faltando,
es decir, los que no tienen
mujer, desgracia que vienen
con la tranca 65 lamentando.

Y hay cautiva que ha vivido
quince años entre la Indiada,
de donde al fin escapada
con un hijo se ha venido,
el cual, después de crecido,
de que era indio se acordó
y a los suyos se largó;
y vino otra vez con ellos,
y en uno de esos degüellos
a su madre libertó.

Como ha habido desgraciada
que, escapada del disierto,
sus propios hijos la han muerto
después de una avanzada,
por hallarla avejentada 66
o haberla desconocido;
y otros casos han habido
que luego referiré;
y antes de eso pitaré
porque estoy medio rendido.

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